En la residencia Elizalde, Leonard llevaba dos noches sin dormir. Sus ojeras profundas y el temblor en sus manos lo delataban. Había perdido dos piezas clave en cuestión de semanas, y cada golpe llevaba la misma marca: la pluma negra.

Isabella, impecable en su vestido blanco, observaba cómo él lanzaba papeles sobre la mesa.

—Necesitamos que ella caiga en terreno controlado —dijo Leonard, golpeando el cristal con el índice—. No podemos seguir esperando a que escoja a quién cazar.

Isabella entrecerró los ojos. —¿Qué propones?

Leonard respiró hondo. —Un informante. Un hombre de bajo perfil, con apariencia de traidor. Le daremos datos falsos, direcciones manipuladas. La haremos creer que puede cazarnos… y allí la esperaremos.

—¿Y si sospecha? —replicó Isabella, incrédula.

—Todo el mundo tiene un punto débil, dijo Leonard. Ella querrá pruebas. Y nosotros le mostraremos exactamente lo que quiere ver.

El elegido fue Óscar Ledesma, un contador dentro de Arkenis con fama de cobardía y