El amanecer llegó con un resplandor suave que se filtraba por los ventanales del penthouse. La ciudad comenzaba a despertarse, y el murmullo del tráfico llegaba apenas como un eco lejano. Aelin estaba de pie junto al balcón, observando el horizonte con el relicario entre las manos. Desde que Héctor Santillán le había entregado la segunda pista sobre sus padres, su mente no había dejado de girar en torno a un solo nombre: Villa Orquídea.
Darian entró en la sala con dos tazas de café y la observó en silencio unos segundos. Le conmovía ver esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad en su mirada.
—¿No dormiste bien? —preguntó, ofreciéndole la taza.
Aelin la aceptó y sonrió con suavidad.
—Dormí poco, pero suficiente. He pensado en esa villa toda la noche. No sé qué encontraré allí, Darian, pero siento que es algo que necesito ver con mis propios ojos.
—Entonces iremos —respondió él, sin dudar—. Cuando decidas, partimos.
Sasha apareció en ese momento, con el cabello recogido y un aire p