La mañana en el penthouse comenzó con un aire de quietud. Aelin había pasado gran parte de la noche repasando los documentos que Héctor Santillán le había dejado. Las cartas, los certificados y aquella fotografía de sus padres biológicos seguían extendidos sobre la mesa del estudio.
Apenas había dormido, pero no sentía cansancio. Había algo en su interior que la mantenía despierta: la certeza de que, después de tantos años, las piezas de su historia comenzaban a encajar.
Darian entró al estudio y la encontró con el cabello suelto, inclinada sobre los papeles.
—No puedes resolver todo en una noche —le dijo, con voz cálida.
Ella levantó la mirada y sonrió suavemente.
—Lo sé. Pero cada palabra de estas cartas me acerca un poco más a ellos.
—¿A tus padres? —preguntó él.
Aelin asintió.
—Sí. Siento que ya no son solo un misterio, sino personas reales, con una historia y un pasado que me pertenece también.
Antes de que Darian pudiera responder, el timbre sonó. Sasha, que estaba en l