Las luces de la entrada se reflejaban en los ventanales cuando el taxi donde estaba Miranda se detuvo frente a la mansión.
Había pasado toda la noche fuera, pensando, respirando, buscando recuperar un poco de calma antes de enfrentarse nuevamente a lo inevitable.
El amanecer la había sorprendido en un pequeño hotel del centro, mirando por la ventana con una taza de café entre las manos y una decisión clara en el pecho: no huiría más.
Cruzó el portón con paso firme, aunque dentro de sí todavía quedaban rastros de cansancio.
El eco de sus tacones resonó en el mármol del vestíbulo. Todo estaba inusualmente ordenado… demasiado.
Hasta que escuchó algo que la detuvo en seco.
Risas.
Dos voces femeninas.
Una de ellas, inconfundible.
Miranda se quedó quieta unos segundos, cerrando los ojos para reunir fuerzas. Luego avanzó hacia la sala.
Al girar la esquina, la escena la golpeó con toda su fuerza.
Sara estaba sentada cómodamente en uno de los sillones, con una copa de vino blanco en la mano. F