Adrián subió a su auto con paso pesado y el ceño fruncido. Cerró la puerta con un golpe más fuerte de lo necesario y se quedó unos segundos con las manos apoyadas sobre el volante, observando su propio reflejo en el espejo retrovisor. Lo que vio lo incomodó: un hombre agotado, con la mirada vacía, atrapado entre la culpa y la frustración.
Había hecho todo lo posible por cambiar.
Por primera vez en mucho tiempo, había tratado de ser paciente, de mostrarle a Miranda una parte de sí mismo que había permanecido enterrada bajo la ira y el control. Había intentado ser ese hombre que ella alguna vez soñó tener a su lado… pero todo parecía inútil.
Miranda, con su silencio, con sus miradas distantes, con su risa reservada cuando creía que él no la escuchaba, parecía recordarle cada día que lo único que deseaba era alejarse. No importaba lo que hiciera: la distancia entre ellos crecía como un abismo.
Encendió el motor y condujo hacia la empresa con los pensamientos ardiendo en su cabeza.
El trá