De vuelta en Los Ángeles, Heinrich se dirigía a la escuela donde estaba el hijo de Dayana. Aquella pobre mujer iba hecha un manojo de nervios, mientras él sostenía su mano, pues desde que salieron del hotel había notado que ella iba temblando.
- ¡Tranquila! ¡Todo estará bien! ¡Te lo puedo asegurar! -dijo Heinrich con calma.
Él conocía el mundo de la política; así como, el mundo de los negocios, él era un buen negociador, por lo que sabía que aquellas personas en México, no tendrían más que aceptar sus peticiones.
- Señor, hemos llegado. -dijo el chofer.
- Bien… -dijo Heinrich, viendo la hora en su reloj, sabía en qué en breve debía estar recibiendo la llamada que tenía pendiente.
- ¡Señorita Garza! Es momento de que vayamos a ver que sucede y ¿Por qué razón no la dejan ver a su hijo? -dijo Heinrich con seriedad.
- Heinrich, solo prométeme que antes de que mi hijo te conozca, me dejaras explicarle sobre nosotros.
- Mi querida Dayana, ¿Sobre nosotros? – dijo Heinrich con una sonrisa en e