La mañana era blanca y fría por fuera, pero dentro del loft, en la habitación de Theo, aquella pareja sentía el calor de sus cuerpos frotándose y reconociéndose.
Theo la miraba con alevosía, sus manos se grababan cada centímetro de la piel de Anya, mientras que una de las manos jugueteaba con su cabello y la otra acariciaba la suave espada de aquel hombre, de vez cuando aprieta su cabello al sentir cómo aquella zona más íntima siente contracciones ante lo que están haciendo.
Anya admiraba al hombre que tenía entre sus piernas, le gustaba observar cómo aquel hombre aprendía a reconocer el placer como nueva sensación.
Todo lo que Theo imaginaba que era el sexo, no se parecía en nada a la realidad; aquello era infinitamente más humano, imperfecto, hermoso.
Él no podía dejar de mirarla, de tocarla, de sentirla. En sus ojos, había una gratitud silenciosa, aunque se podía ver la confianza que sentía al haber sido aceptado, al estar siendo amado sin juicio.
Cuando nuevamente Anya lo hizo lleg