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XXVI Mensajes comprometedores

—¿Encontraste la fuente de la eterna juventud, Rojas? Exijo que me digas su ubicación.

Sara sonrió, toda rebosante de vitalidad y resplandeciente como una mañana de primavera. Ella traía la alegría de tal estación a las apagadas instalaciones policíacas.

—Debo admitir que tus halagos son bastante creativos. Es extraño que no tengas novia, compañero.

—Soy un hombre muy ocupado y también un poco mañoso.

Sara volvió a sonreír y él no dejaba de mirarla, sonriendo también. Tal era el aura que la mujer desprendía que hasta él, siendo sólo un humano con las limitaciones sensitivas propias de su especie, se sentía extrañamente cautivado por ella.

—¿No vas a contarme por qué estás tan feliz? No tenemos un caso, entretenme con algún chisme.

—Mi vida no es un chisme.

—De acuerdo —dijo él, entornando los ojos como si tuviera un misterio que resolver entre manos—. La última vez que te vi tenías cara de cordero degollado. Algo pasó el fin de semana que te convirtió en el gato de Alicia en el
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