—Voy al baño —susurro apenas, levantándome de la silla.

Damián no me responde con palabras; solo mueve la cabeza y al instante su mano derecha —ese hombre que siempre lo sigue como sombra— me acompaña hasta la puerta.

Entro al baño y cierro la puerta con prisa. Mi respiración está tan acelerada que siento el pecho arder. Miro alrededor con desesperación buscando una salida, algo… lo que sea. Entonces la veo: una pequeña ventana en la parte alta de la pared. Es ridículamente pequeña, pero es la única opción. Dudo. Me tiemblan las manos. Pero al final del miedo hay una decisión, y yo ya no tengo margen para seguir dudando.

Arrastro una mesita que está contra la esquina, haciendo el menor ruido posible. Me subo como puedo, temblando, y me agarro del marco. Sacó primero la cabeza y los brazos. Siento el borde rasparme la piel. Después dejo que mi cuerpo se deslice, sola… sin pensar en lo que hay abajo.

Debajo solo hay un bote de basura metálico.

—Dios… —susurro.

Cierro los ojo