la visita del abuelo.
A la mañana siguiente me despierto con una sensación extraña, una mezcla de emoción y alivio. Por fin me iré de aquí.
Abro los ojos lentamente y miro el techo blanco de la habitación que ya reconozco demasiado bien. Me estiro con pereza, y una sonrisa se asoma en mis labios. Hoy es el día, me repito.
Me levanto de la cama, camino descalza hasta el armario y comienzo a buscar mi ropa. Pero en cuanto abro las puertas, el aire se me escapa del pecho. No hay nada.
—¿Qué demonios...? —murmuro, revisando cajones, el respaldo de la cama, incluso debajo de las sábanas. Nada.
Mi ropa ha desaparecido.
Me muerdo el labio, frustrada. No entiendo. Ayer dejé mis cosas sobre la silla, perfectamente dobladas. No puede ser que...
Suspiro con resignación. Bien, luego le regresaré la ropa que me prestaron. No pienso hacer un escándalo por una prenda. Lo importante es irme.
Me doy una ducha rápida y me visto con lo que tengo puesto: un vestido ajeno, demasiado caro y ajustado, que no me representa