Cierro todo, apago las luces de la sala yendo a la cocina y como todos los días marco el número de Darío. Ya es parte de mi rutina, como lavarme los dientes o respirar. Él contesta casi al segundo, como si hubiera estado esperando mi llamada.

—René me demandó porque dice que te tengo secuestrada.

Me dice, y sonrío apenas mientras revuelvo la comida que dejé a medio terminar. La estufa ilumina un poco mis manos y siento el calor agradable, aunque mis pensamientos no lo sean.

—Yajaira es la más feliz. —agrega él, con esa mezcla de indignación y burla que siempre tiene cuando se trata de ellos.

—Qué bien por ella —respondo sin sentimiento, sin sorpresa. Como si ya no hubiera nada que pudiera herirme más.

—Ania… ya fue la lectura del testamento de tu padre —dice más despacio— y todo se lo dejó a Yajaira.

Termino de cortar la verdura y mi mano tiembla un poco, pero no digo nada. El ruido del cuchillo contra la tabla me mantiene anclada, como si ese sonido fuera lo único que me mantuv