Una persona peligrosa.
Su abuelo se retira y, en cuanto quedamos solos, le hago frente. El silencio entre nosotros es tan tenso que casi se puede masticar.
—Yo no iré a ningún lado —le digo, marcando cada palabra para que lo entienda bien.
Él me mira de pies a cabeza, como evaluándome, como si tuviera algún derecho sobre mí.
—¿Quién te crees para decir qué harás o no? Ya quisieran estar varias en tu lugar —me escupe molesto, con esa soberbia que tanto le caracteriza.
Yo solo sonrío, porque tengo una respuesta para esto.
—Pues cuando ellas quieran pueden tomar mi lugar —respondo con tono ligero—. Como la de ayer… con gusto se lo doy.
Me doy la vuelta, dejándolo ahí parado, con su ego herido.
—Tú no decides cuándo irte —gruñe mientras me sujeta del brazo, obligándome a mirarlo. Su agarre es firme, casi doloroso.
—Y tú no decides sobre mí —le respondo sin bajar la mirada.
Él aprieta los labios, molesto, y es el quien termina saliendo de la sala.
Yo subo a la mía con el corazón acelerado. Lo único que sé es que