Paulina
El auto se detuvo frente al gigante edificio de fiestas, iluminado como una postal perfecta.
Las luces, la música clásica filtrándose desde dentro, la gente moviéndose, ansiosos por entrar a esa pequeña parte de la sociedad que tanto tenía.
Todo era tan... irreal.
Apreté la cartera contra mi costado, usándola como un escudo. Aunque estaba segura de que ya no lo necesitaba.
—¿Está segura, señora Salazar? —preguntó mi asistente, una mujer de cabello oscuro y traje negro.
Su voz era firme, pero había algo en su tono, una preocupación que me hizo mirarla.
Asentí.
—Estaré bien. No se preocupe —respondí sonriendo para tranquilizarla—. Y soy la señora Moreau, no lo olvides.
Ella dudó, me miró incómoda. Luego bajó la cabeza en un gesto respetuoso.
Respiré hondo y salí del auto.
La brisa de la noche acarició mis piernas desnudas bajo el vestido de seda.
Cada paso hacia la entrada me hacia sentir más fuerte, poderosa, invencible.
Podía sentir las miradas.
Podía oír los susurros antes