Max
Entré a la casa principal pasadas las seis.
Me saqué el saco mientras caminaba hacia la cocina, intentando soltar un poco la tensión de las últimas horas. Tenía la mente en mil cosas, pero una se repetía por encima de todas: Paulina.
Al llegar, vi a Sofía en la cocina. Me crucé de brazos contra el marco de la puerta y la observé un segundo en silencio.
—¿Y Paulina? —pregunté.
Sofía levantó la vista con una pequeña sonrisa, sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.
—En su habitación —respondió—. Ahora está más tranquila.
Sonreí y me mantuve en mi sitio.
—En realidad, estoy preguntando por la terapia —dije.
Ella se giró del todo, apoyando una cucharita en el platito. La sonrisa se volvió más profesional.
—Ah, eso. Está avanzando mucho. Más de lo que esperábamos, considerando lo que vivió —bajó la voz, con empatía—. Tiene días más difíciles que otros, claro. Pero está enfrentando cosas. A su ritmo. Y lo más importante: empieza a confiar en sí misma otra vez.
Asentí otra vez, más l