Paulina
Llevaba puesta la lencería que había elegido esa mañana con Sofi.
No podía borrar la sonrisa tonta en el rostro.
En ese momento, no sabía si de verdad me atrevería a usarla... y ahora... estaba delante de él, vestida de una manera que nunca creí mostrarle a nadie.
Max tragó saliva. Lo vi. Y eso me hizo sentir poderosa. No porque él me deseara, sino porque me miraba con una mezcla de asombro, respeto y algo más. Algo cálido.
—¿Estás segura? —preguntó, con la voz más ronca que nunca.
Asentí, sin bajar la vista.
—Quiero que esta vez... sea diferente —dije—. Que sea mía la decisión. Que yo marque el ritmo. Que nadie me quite el control.
Max asintió. Dio un paso más cerca y alzó las manos, como si pidiera permiso para tocar. Yo tomé sus muñecas y las guié hasta mi cintura.
—No quiero que me cuides ahora —susurré—. Quiero que me hagas tuya.
Aunque no lo dije con más palabras, él lo leyó todo en mi mirada.
En mis pupilas dilatadas.
En la forma en que mis dedos temblaban al aferrar