Max
No sabía que el infierno tenía forma de vacío.
Porque eso era todo lo que sentía.
Un abismo brutal donde antes reinó la alegría.
Un silencio cortante donde hace unas horas había risas.
Un espacio frío en el pecho donde dormían mis hijos.
"Recién los recuperé. Apenas aprendí cómo sonaban sus voces al decir “papi”. Y ya me los arrebataron."
Mi corazón latía con violencia, como si pudiera patear la realidad hasta cambiarla.
Pero no.
Nada cambiaba.
No estaban.
Mis hijos no estaban.
La mansión era un caos.
Hombres corriendo de un lado a otro.
Lucas gritando órdenes.
Sofía llorando de impotencia.
Y Paulina…
Dios… mi mujer estaba rota.
Se abrazaba a sí misma en el rincón de la sala, con la cara hundida entre las rodillas. Lloraba con el alma desconsolada. Ella era la madre a quien le arrebataron lo más sagrado y valioso.
Y yo… no podía consolarla.
Cada vez que intentaba acercarme, ella se alejaba.
—No me toques —susurró la última vez, sin siquiera mirarme—. No puedo… no ahora.
Me dejó co