Max
Subí las escaleras detrás de ella, sin saber por qué.
No me llamó, no me pidió que la siguiera. Pero lo hice.
El pasillo estaba apenas iluminado. Paulina caminó con paso firme, pero su espalda tensa delataba el dolor que estaba sintiendo.
Se detuvo frente a una puerta entreabierta y entró sin mirar atrás. Yo dudé por un segundo… y crucé detrás de ella.
La habitación estaba tibia, tranquila. Y en la cama, dormía una niña.
Su piel pálida, sus párpados temblorosos, el sonido suave de su respiración. Parecía tan frágil... tan pequeña.
Entonces algo se encendió dentro de mí.
Una imagen.
Un recuerdo.
De ella. Iris.
Ya la había visto antes.
—Esa niña… —susurré—. No es mi hija.
Lo dije sin pensarlo.
Fue un golpe, un latigazo que me atravesó desde dentro. La certeza me sacudió de forma brutal junto al recuerdo de haber leído los análisis de sangre que el doctor me había entregado.
Paulina no respondió.
Se acercó a la niña y le besó la frente con delicadeza. Luego giró hacia la puerta.
—