Yina
—Buenos días, señora —dijo con ese respeto que solo usábamos cuando sabíamos que podían escucharnos.
—Buenos días, Rupert —respondí, igual de cortés.
Ambos sabíamos que no éramos solo empleada y guardaespaldas. Teníamos una historia por detrás. Una que había comenzado con mi nueva vida... Gracias a Emma, su difunta esposa.
Rupert se sirvió un café, sin azúcar, como siempre. Se apoyó contra la isla, mirándome en silencio. Sabía que algo lo inquietaba.
—Hoy... hoy se cumplen cinco años —murmuró al fin.
Asentí sin necesidad de fingir que no lo recordaba.
La fecha de su muerte.
Su esposa.
La mujer que me salvó.
—Nunca la olvidé —le dije suavemente.
—Ni yo.
Nos quedamos en silencio, con el recuerdo de ella entre los dos.
—Si no fuera por ella, yo estaría muerta —dije, como quien repite una oración.
Rupert asintió. Su voz era baja, cargada de esa tristeza que no se desvanece con los años.
—Ella te encontró, sí. Pero no te salvó sola. Si tú no hubieras tenido ganas de vivir... No hubier