Sofía
Después de esa noche, todo cambió.
Rocío ya no era la misma.
Se la llevaban cada dos o tres noches, y siempre volvía hecha una sombra.
No hablaba.
No quería mirarme a los ojos.
La veía encorvada, temblando, con moretones nuevos cada vez.
Yo quería consolarla, quería arrancarle esas heridas… pero ella me apartaba.
—Déjame, Sofía —susurraba, con la voz vacía—. Déjame.
No supe cuánto tiempo pasó así.
Parecían siglos, aunque solo fueran semanas.
Yo rezaba cada noche para que alguien la salvara.
Pero nadie vino.
Hasta esa noche.
Esa noche, cuando la hermana María entró en lugar de la hermana Leticia.
Rocío tembló cuando la tomó del brazo.
—¡No! —lloró—. ¡No soy Rocío!
La monja apretó su agarre y forcejeó, pero Rocío levantó la cabeza.
—¡Ella es Rocío! —gritó de pronto, señalándome—. ¡Yo soy Sofía! ¡Ella es la que deben llevarse!
Me quedé de piedra.
No entendía qué estaba pasando.
Ni siquiera me di cuenta hasta que la vi sacando algo de su cuello.
Nuestras cadenitas.
Ella había cambi