Nuevas sensaciones

Él se retuerce en el suelo, sudando frío, respirando con dificultad.

—¡Hijo!

Ella corre al teléfono y llama a emergencias, desesperada.

En el hospital, los médicos lo estabilizan. Horas después, un médico se sienta con él y su madre en la sala de observación.

—Señora Costelo, su hijo está bien por ahora... pero necesita frenar. No puedes seguir forzando su memoria así. El trauma en su cabeza fue severo. Perdió parte del hueso de su cráneo, lo reconstruimos, pero sigue siendo sensato. Si se exponen a otro episodio como este... puede desarrollar cualquier secuela e incluso no recordar nada jamas. Debes dejar que tu mente trabaje a su ritmo. Nada de álbumes, ni diarios, ni fotografías por ahora.

Austin aprieta los puños. Está cansado de no saber quién es, de vivir con esa angustia flotando en su pecho. Pero el miedo ahora es real. Su propia mente puede hasta matarlo.

—Entonces... ¿qué hago? —pregunta bajito, mirando el suelo.

—Vive el presente —responde el doctor—. Cuando estés listo, los recuerdos vendrán solos, no las fuerzas ni pienses en ello como un objetivo.

Pero Austin no está seguro de poder esperar tanto. Sobre todo ahora que sabe que esa tal Celine, su Celine, ya no lo está esperando.

Los días pasan rápido. Ya no hay fotos registradas por el piso ni diarios abiertos sobre la cama. Austin guardó todo de nuevo en la caja y la metió en el fondo del clóset, bien tapada, como si esconder esos recuerdos fuera de la única forma de evitar otra crisis. La advertencia del doctor le quedó clara: otro intento como ese y puede que no recupere su memoria jamás.

Y eso o la muerte… no está en sus aviones.

—La vida sigue, ¿no? —murmura una mañana, mirándose al espejo mientras se ajusta una chaqueta negra.

Llega el día de elegir las materias y la inducción en la universidad. Desde temprano, el campus está lleno de gente: risas, mochilas colgando, papeles por todos lados y jóvenes soñando con el futuro. Austin camina entre ellos con las manos en los bolsillos. No recuerda a nadie del pasado, y no tiene historia aquí, pero tampoco tiene que fingir. Muchas chicas voltean a verlo por lo apuesto que es.

Para él esta vez es empezar desde cero de verdad.

La psicóloga le había dicho que su inteligencia no se vio afectada, que su capacidad para razonar, analizar y aprender estaba intacta. “Puedes estudiar lo que quieras”, le dijo. Y aunque sus padres esperaban que se metiera en Derecho o Administración para manejar los puertos y el negocio familiar, Austin eligió otra cosa.

—Quiero estudiar Ingeniería en Sistemas —les dijo una noche en la cena.

—¿Qué? —pregunta su madre, sorprendida.

—Eso no te sirve para nada si quieres manejar el negocio —intervino su padre con tono duro, sin levantar la vista del plato.

—No voy a ser un maldito gánster a la antigua. Este mundo es cada vez más tecnológico—responde él sin titubear—. No quiero ser igual a todos.

Hubo un silencio tenso en la mesa. La madre se llevó las manos a la cara. El padre lo miró fijo.

—Te dimos la vida, Austin. Y de este negocio estás comiendo. Te dimos techo, te protegimos... Y ahora ¿quieres hacerte el estudiante modelo tecnológico y hacer lo que te da la gana?

—No quiero pelear, papá. Solo quiero estudiar. No quiero que mi vida se base en amenazas, dinero sucio y balas —responde con calma, pero firme—. Hagan lo que quieran, pero yo voy a ser alguien diferente ya sea eso u otra cosa quiero elegir yo mismo. Con eso no digo que no te ayudará.

Y así fue como, seis meses después de haber llegado al país sin memoria, Austin entra oficialmente a la universidad.

El primer día de clases lo recibe con un sol fuerte. Lleva una mochila nueva, cuadernos aún en blanco, y una decisión tomada: el pasado se queda atrás. Esa tal Celine, la del diario, la de la foto… ya no importa. Está casada. Embarazada. Feliz. Y aunque no entiendas por qué su pecho se siente hueco, decide no volver a pensar en ella.

—Chao, Céline. Que te vaya bonito —dice bajito, mientras entra a su primera clase con la pulsera en la muñeca.

«El que la use no significa que piense en nada...solo se ve bonita y tiene mi inicial»—piensa él.

En el fondo, algo se retuerce en su interior. Pero él no lo deja salir. Solo respira hondo, saca su cuaderno y se enfoca. El profesor empieza a hablar y él anota todo. La pulsera le da una paz interior. Su mente funciona como una máquina. Resuelve los ejercicios antes que los demás, pregunta, analiza, destaca y participa.

Cuando termine el día, camine hasta la parada del autobús. La ciudad sigue viva, y por primera vez, él también se siente vivo, aunque no tenga historia, ni recuerdos, ni amor.

Solo un presente que piensa construir con sus propias manos.

Austin terminó aceptando lo que ya sentía desde hace semanas: Tomó clases particulares de idiomas. Y se inscribió en cursos extracurriculares. La carrera, la terminó en 3 años y tomó una segunda carrera. A pesar de que su mente era rápida, lógica, como si tuviera una computadora en la cabeza, no se sentía a gusto. La ingeniería no lo llenaba, no lo motivaba, no le hablaba. Así que un día, sin tanto drama, se acercó a la oficina académica y se inscribió en otra. Su padre, al enterarse, no lo juzgó, solo soltó una frase que a Austin le quedó resonando en la cabeza:

—Te dije que negocios era lo tuyo, mijo.

Austin no respondió, solo se encogió de hombros y se fue a su cuarto. No lo hacía por su papá. Lo hacía porque necesitaba entender cómo funcionaba el mundo, cómo se movía el dinero, cómo se controlaban los puertos... como lo hacían ellos.

En su nueva carrera todo era distinto. Las aulas se sentían menos rígidas, los profesores eran más cercanos, los estudiantes más... vivos. Y fue ahí donde la conoció a ella. Trabajaba con su padre y estudiaba al mismo tiempo. En ese tiempo ya hablaba 2 idiomas, inglés y francés, además de español.

Nadia. La chica con ojos brillantes y energía explosiva. Desde la primera clase lo detectó, como un radar humano. Se sentó a su lado y, sin darle mucha oportunidad de escapar, le habló:

—Hola, eres nuevo, ¿no? Te vi en administración de empresas. Soy Nadia.

Austin levanta la vista, apenas la miró, asentándose.

—Austin. —contestó, seco, pero educado.

Ella irritante, como si no le importara su frialdad.

—Bueno postre. ¿Quieres? —sacó de su mochila una tarta envuelta en papel aluminio.

Austin dudó un segundo, pero terminó aceptando. Así comenzó todo.

Nadia le hablaba en los recesos, le dejaba notitas con chistes, le mandaba memes por correo, hasta lo invitaba a cenar a su casa una noche.

—Dale, Austin, va a estar tranquilo. Mis viejos no están, cocinando yo, pelí y cena. No te vas a aburrir. Soy la única amiga que tienes.

Y como él no tenía nada mejor que hacer, ayudó.

La noche fue amena. Rieron, vieron una comedia absurda y cenaron hamburguesas caseras. Antes de él irse, en la puerta de su casa, ella se inclinó y le dio un beso rápido, apenas un roce en los labios. Nada intenso, más bien inocente.

—Gracias por venir —le dijo ella, dulcemente.

Austin se estaba caminando, con las manos en los bolsillos, sintiendo algo extraño. No hay malestar, pero tampoco placer. Llegó a su casa, entró a su cuarto, se miró en el espejo.

—¿Por qué no sentí nada?—se pregunta

Nadia era linda. Tenía carisma. Pero no... no había chispa. Había algo en su interior que le decía que eso no estaba bien.

Al día siguiente, en clase, ella llegó con una cajita de regalo. Al abrirla, Austin encontró una pulsera de cuero trenzado. Apenas la miró, un dolor agudo le atravesó la cabeza. Como si un rayo lo golpeara.

—No... no puedo aceptar esto —dijo con dificultad, devolviéndosela.

Se levantó, agarró sus cosas y se fue sin mirar atrás. Sintió como si recibiera otro flasback ese momento en que intercambió pulseras con esa chica en sus pensamientos, la misma de las fotos. Aquella pulsera era una pulsera de pareja a juego.

Al día siguiente, Nadia se le acerca a la cafetería.

—Perdón si te incomodé, no era mi intención. Pensé que... no sé.

Austin la mira, sus ojos sinceros lo hicieron sentir mal. Suspiro.

—No es por ti. Es que tuve un accidente. Perdí la memoria. Y cuando algo toca una parte de mi pasado... me da migraña. No sé por qué, pero me pasa.

Ella se apoyó y puso una mano sobre su brazo.

—No te preocupes. No tienes que explicarme todo. Podemos ser amigos, si quieres. Pero como te vi con una pulsera pensé que te gustaban.

—Esta...es especial. Aunque no se exactamente qué significa.

Y así fue. Nadia se volvió su compañera de clases, su apoyo silencioso, sin presiones.

Pasaron los meses y, un lunes cualquiera, entró una nueva estudiante al aula. Alta, elegante, de cabello oscuro y rasgos delicados. Tenía esa puerta italiana inconfundible. Y cuando Austin la vio, se le detuvo el corazón.

Era como ver a Celine.

No idéntico, pero el parecido era brutal. Su pelo, sus ojos, sus labios...

—Hola —se anima a acercarse cuando la clase termina—. Eres nueva, ¿no?

Ella lo mira, con una sonrisa suave.

-Si. Me llamo Fabiola. Soy de intercambio, de Roma.

—Austin. Bienvenida.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí un cosquilleo. Algo. Una sensación de que lo hizo querer saber más.

—¿Tendrá algo que ver con Celine? —pensó. Pero prefirió no obsesionarse con el pasado. Solo... dejarse llevar.

El semestre siguió su curso, y mientras los exámenes y proyectos se amontonaban, también lo hacían los momentos compartidos entre Austin y Fabiola. Aunque todo había comenzado como una simple amistad, la química entre ellos era imposible de ignorar. Era como si se entenderían sin decir demasiado, como si cada mirada dijera más que cualquier conversación larga.

Fabiola era luz. Sabía cuándo bromear, cuándo guardar silencio, y cuándo simplemente estar. Austin comenzó a esperarla, a buscarla entre los pasillos, a sentir su ausencia cuando ella no estaba cerca. Aunque en su cabeza aún rondaban sombras, cada día que pasaba con Fabiola parecía disiparlas un poco más.

Una tarde, mientras caminaban juntos por los jardines del campus, ella se detuvo y le tomó la mano.

—Austin... —dijo, con esa mezcla de dulzura y seguridad que tanto lo desarmaba—. Sé que a veces estás en tu mundo, y que estás pasando por un proceso difícil. Pero yo siento algo por ti. No quiero presionarte, pero sí quiero preguntarte algo con el corazón en la mano: ¿quieres ser mi novio?

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