Austin se quedó en silencio unos segundos. No porque no quisiera, sino porque no se lo esperaba. Nadie nunca antes le había pedido algo tan directo, tan honesto además del intento fallido de su amiga Nadia.
—Fabiola... —suspira—. No sé qué tengo roto por dentro, pero cuando estoy contigo... siento que todo es más fácil. Me encantaría ser tu novio. Aunque debí ser yo el que te lo propusiera. Soy un desastre. Ella irritada, con esos ojitos brillosos que a él tanto le gustaban, y se le lanzó al cuello en un abrazo que olía a esperanza. Y luego lo besó. Un beso suave en los labios. Con ella, Austin se estremeció, en ese momento se dio cuenta que no tenía ningún problema de erección. Dos semanas después, Fabiola fue invitada a cenar a casa de Austin. Era la primera vez que él presentaba oficialmente a alguien como su pareja desde su accidente, y aunque estaba nerviosa, también sentía orgullo. —¿Estás lista? —le preguntó cuando pasó a recogerla. —Siempre —respondió con su vestido sencillo, pero elegante, y el cabello suelto con un perfume que a Austin ya le empezaba a parecer adictivo. Ella lo besó cuando estaba dentro del auto. Y de nuevo su mîëmbrö reaccionó. Ella era realmente hermosa. La madre de Austin los recibió con una sonrisa amable, aunque curiosa. Su padre, siempre un poco más serio, los esperaban en el comedor. —Así que tú eres la famosa Fabiola —dijo la mamá mientras servía jugo—. Mi hijo no deja de hablar de ti. —Me alegro mucho de conocerlos, señora. Austin me ha contado lo importante que es su familia para él —respondió con cortesía. Durante la cena, la conversación fluyó con naturalidad. Fabiola tenía ese talento de hacer sentir cómodos a los demás. Incluso el padre de Austin terminó soltando una risa cuando ella mencionó una anécdota graciosa del salón de clases. Cuando terminaron de comer, la mamá de Austin lo tomó a un lado mientras Fabiola ayudaba a recoger los platos. —Tiene buena energía, hijo. Se nota que te quiere. —Sí, madre. Es diferente. Con ella todo es... tranquilo. —Entonces cuídala. No todas las personas llegan para quedarse, pero algunas vale la pena intentar que sí lo hagan. Además si es cierto lo que dijo sus padres los señores Castiello son empresarios dueños de una destilería de bourbon. Austin le dio un beso en la mejilla y volvió con Fabiola, que lo esperaba en la sala con una sonrisa. Esa noche, mientras la dejaba frente a su residencia, ella le apretó la mano. —Gracias por presentarme a tu familia. —Gracias a ti por estar —le respondió—. A veces pienso que llegaste justo cuando más lo necesitaba. Ella lo besó, esta vez no un piquito tímido, sino un beso lleno de cariño, de esos que no piden permiso, pero tampoco invaden. Austin no tuvo jaqueca esta vez. Solo sentí algo en el pecho. Algo tibio. Algo bonito. Y aunque el pasado aún susurrara desde la oscuridad de su mente, Austin empezaba a creer que, tal vez, tenía derecho a escribir una nueva historia. Con Fabiola. Desde aquella noche en que Fabiola conoció a sus sueños, todo pareció encajar. Austin, por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz. No necesitaba entender cada fragmento de su pasado para saber que su presente con Fabiola era real. Ella estaba ahí cada mañana, cada tarde, cada vez que el mundo se le hacía cuesta arriba. El aprendía más del negocio familiar y tenía una relación estable. Su relación creció sin forzar nada, como si todo fluyera en su tiempo. Fabiola no exige promesas ni declaraciones dramáticas. Amaba con los ojos, con los gestos, con los pequeños detalles: un postre en su escritorio después de clases, un mensaje de “buenos días” con un emoji tonto, una nota escrita a mano en su libreta de apuntes que decía: “Hoy estás más guapo que ayer”. Austin, por su parte, también comenzó a soltarse. Aunque no era tan expresivo como ella, su manera de querer se notaba en cómo la protegía, en cómo la escuchaba sin interrumpirla, en cómo le prestaba atención a todo lo que ella decía, incluso a lo más insignificante. — ¿Sabías que cuando hablas de tu abuela italiana se te ilumina la cara? —le dijo un día mientras caminaban por el campus. —Y tú sabías que cuando tú te ríes de verdad, como ahorita, ¿se te hacen hoyuelos? —le respondió ella, entre risas. Se volvieron inseparables. Empezaron a estudiar juntos. A pasar los fines de semana cocinando cualquier cosa, o viendo películas en la sala de la casa de Austin, con su madre ya acostumbrada a ver a Fabiola por ahí como si fuera parte de la familia. Incluso el padre de Austin, tan frío al principio, empezó a tratarla con cierta complicidad. —Te ves más enfocado, hijo —le dijo una tarde—. Esa muchacha te hace bien. Austin solo irritante, como quien sabe que lo que tiene no es perfecto, pero sí lo suficientemente bueno como para querer conservarlo. Un viernes cualquiera, Austin se armó de valor. — ¿Quieres quedarte a dormir? —le preguntó, con voz baja, mientras la acompañaba a la puerta un fin de semana que sus padres se habían ido de viaje como siempre. Fabiola se le quedó mirando, con esos ojos de tormenta y miel que tenía. —¿Estás seguro? -Si. Pero no te estoy preguntando... ya sabes... solo quiero tenerte cerca. A veces tengo pesadillas, y cuando tú estás... me siento más tranquilo. Ella le acarició la mejilla. —Me quedé. Esa noche, durmieron abrazados. Sin prisas, sin presiones. Solo piel con piel, respiración con respiración. Austin sintió que por fin su mente dejaba de luchar contra sus recuerdos, como si su cuerpo encontrara otro lenguaje para sanar. —Te has preguntado alguna vez si esto es amor? —le susurró ella, en la oscuridad. —Todo el tiempo. Fabiola le apretó la mano y no dijo nada más. No hacía falta. Pasaron los meses y los momentos íntimos se hicieron más profundos. A veces reían hasta llorar. A veces lloraban en silencio cuando algo del pasado de Austin regresaba en forma de un destello, una imagen, un nombre que no lograba ubicar. —No quiero que te frustres por no recordar —le decía ella mientras lo abrazaba—. Yo me enamoré del Austin de ahora, no del que fuiste. —Y yo me estoy enamorando más de ti cada día, Fabiola. Aunque me cueste decirlo. Ella se lo creía. Y eso bastaba. Un día, mientras caminaban por el parque de la universidad, se detuvieron frente a un árbol enorme. Sin pensarlo, Austin sacó una navajita pequeña que llevaba en su mochila y grabó sus iniciales en el tronco: A + F. — ¿Sabías que esto es cursi y adolescente? Ya somos dos adultos y tú tienes casi dos carreras universitarias en las costillas—dijo Fabiola riendo. —Sí, pero quiero que quede marcado en algún lugar. Porque contigo, Fabiola... siento que estoy empezando de cero. Pero esta vez, bien. Ella lo besó con ternura. No con urgencia. No con desesperación. Sino con esa calma que solo se encuentra cuando sabes que el otro también está dispuesto a quedarse. Y así, sin buscarlo demasiado, sin esperar nada del destino, Austin y Fabiola construyen su historia. A fuego lento. Con cicatrices, pero con ganas. Porque hay relaciones que no necesitan explicaciones del pasado para tener sentido en el presente. Y ellos... eran una de esas. Al final del semestre del último año, el viaje lo organizó como parte de una actividad académica. Un retiro de tres días para los estudiantes de negocios, en un eco-resort a las afueras de la ciudad. Iban a tener talleres, charlas motivacionales, dinámicas de grupo... y mucho tiempo libre. Fabiola, apenas se enteró, le mandó un mensaje a Austin: ¿Vamos juntos? 😏” Él respondió con un simple: “Contigo, a donde sea. Aunque Nadia también irá en el mismo bus” Y así fue. El autobús de la universidad salió temprano un viernes. Fabiola se sentó a su lado, con su mochila color vino y su termo lleno de café. Nadia detrás de su novio Federico. Austin llevaba una gorra hacia atrás y audífonos que compartía con Fabiola. Se estaban escuchando música, sonriendo como dos adolescentes enamorados. Al llegar, el lugar los dejó sin aliento: montañas verdes, aire puro, una cascada a lo lejos y cabañas de madera con techos de palma. A Fabiola se le iluminaron los ojos. —Esto parece de película —dijo. —Sí, pero tú eres lo más lindo de la escena —respondió Austin, más tierno que de costumbre. Ella se sonrojó y le agarró la mano. —Dejen la cursilería, vamos rápido antes que tomen las mejores habitaciones, ya saben lo que haremos, tu y yo juntas y más tarde intercambiamos—le dice Nadia. —Tu también ya tienes dos carreras ¿como la aguantas Federico? —Mi novia es un cerebro romántico. Durante el día, cumplieron con las actividades del programa: juegos de liderazgo, resolución de conflictos, charlas sobre emprendimiento. Pero cuando se acercaba la noche, la magia empezaba. Después de la cena, hubo una fogata. Todos se reunieron con chamarras y mantas. Fabiola y Austin se sentaron cerca, compartiendo un solo poncho. Las estrellas se veían claritas. Ella recostó la cabeza en su hombro, y él besó su frente. —¿Te has dado cuenta de que todo se siente más fácil cuando estamos lejos de la ciudad? —preguntó ella. —Sí. Me siento más... yo. —A mí me pasa igual contigo. Cuando terminó la fogata, se dirigieron a la cabaña compartida. A los estudiantes los dividieron por parejas según el género, a Fabiola le tocó una habitación con Nadia. Austin tenía otra con Federico, en la esquina al final del pasillo. El aire era fresco, el silencio se sentía profundo. Pero esa noche, el silencio se rompió cuando intercambiaron. Fabiola se acercó con los pies descalzos, envuelta en una cobija. Austin estaba despierto, mirando al techo, pensativo. —Me esperabas? —susurra. —Tardaste —le responde. Ella se sentó al borde de su cama. —¿Puedo quedarme aquí sin problema? Él no dijo nada. Solo le corrió la cobija y ella se metió a su lado, temblando un poco, no de frío... sino de lo que sentía. Se miraron sin hablar. Solo miradas. Las manos se buscaron, temblorosas. Luego vinieron los besos, lentos, dulces... sin prisa. Austin la acariciaba como si tuviera miedo de romperla, y ella lo miraba con esos ojos que hablaban más que mil palabras. —Te amo —le dijo Fabiola de pronto, con voz baja, con miedo y esperanza. Austin se quedó quieto unos segundos. Luego le acarició el rostro, la besó en la frente. —No sé si tengo todas las piezas de mi pasado, pero sé que si alguna vez amé así... no fue más fuerte que lo que siento por ti...aunque parezca frío a veces me encantas—le responde. Ella metió sus manos por debajo de su suéter y él no tardó en excitarse.