SANTIAGO CASTAÑEDA
Suspiré agotado sabiendo que era una pelea que ya la tenía perdida. Retrocedí hasta el sofá y me dejé caer sobre él. La cabeza comenzaba a darme vueltas.
—Es la mujer de la que te hablé —confesé con la mirada clavada en el techo, imaginándome esos hermosos ojos verdes que me traían como pendejo—. La mujer con la que pasé la noche.
El silencio de Julia se hizo tan largo que pensé que no me había escuchado, entonces posé mi atención en ella, parecía estar reflexionando sobre cada palabra.
—Es una monja… —Señaló hacia la puerta con el ceño fruncido antes de entrar en pánico.
—Novicia… —corregí como si eso pudiera cambiar algo.
—¡¿Te cogiste a una monja?! ¡Bueno, tú… ¿no puedes mantener los putos pantalones arriba?! ¡¿Es en serio?! —exclamó indignada y manoteando—. ¡Hay un límite, Santiago!
—Lo sé —susurré sintiendo un retortijón en el corazón—. Ella es ese límite.
El límite que me decía que ya era hora de dejar de jugar y enfrentarme a lo que sentía, por mucho miedo q