SANTIAGO CASTAÑEDA
—¿Qué pasa? Te veo angustiado… —susurró Carmen mientras supervisaba con atención a toda la servidumbre preparando su maravillosa cena—. A tu padre no le agradaría ver que estás tan retraído.
—Entenderás que no me emociona particularmente que la amante de mi padre se pavoneé como la señora de la casa —sentencié con una sonrisa rígida, cargada de ironía y odio.
—Santi, tan solo mira a tu alrededor —dijo con las palmas hacia arriba y su sonrisa extendiéndose por su rostro—. La… «señora de la casa», ha decidido guardar silencio y aceptar que la dueña del corazón de tu padre ha regresado. Deberías de seguir el ejemplo de tu madre y mantenerte al margen. Sonreír para las fotos familiares y no convertirte en un problema.
—¿Crees que no sé lo que estás haciendo, pedazo de bruja engreída? —Ya estaba harto de su manipulación y la manera en la que se comportaba, como si fuera la víctima, la mujer que se sacrificó, la que esperó y ahora por fin empezaba a ser recompensada, co