ALEX GARCÍA
—No puedes servir al Señor con manos manchadas de engaño… —dijo la madre superiora caminando rápidamente frente a mí. Sus hábitos se sacudían con la misma fuerza de sus pasos y su indignación.
—Madre… —susurré, pero se detuvo en seco, con las manos colgando unidas a la altura de su regazo y dirigiendo su mirada furiosa hacia mí, haciéndome callar.
—No porque robes con amor, el pecado se disfraza de virtud —sentenció con voz dura—. Alex, la luz no nace del pecado, no brota agua dulce de una fuente amarga.
—¿Pero no dicen que ladrón que roba a ladrón…?
—¡Robar es robar! ¡Al rico o al pobre! ¡Al indefenso o al fuerte! ¡Sigue siendo pecado! —me interrumpió con firmeza. No voy a decir que me intimidó como antes porque ya estaba acostumbrada a sus regaños—. ¡Y no me tuerzas los ojos!
De un manotazo me hizo brincar. No era la novicia más devota ni la más comprometida, pero debía de admitir que hacía más que todo el convento junto.
—No entiendo cual es el problema, solo hice u