SANTIAGO CASTAÑEDA
No recordaba la última vez que me sentí así, o si es que alguna vez me había sentido así, pero el calor de Alex, sus ojos verdes dilatados y su respiración agitada empujando su aliento contra mi boca, era embriagante. No podía dejar de verla y conforme mis manos seguían la dirección de sus muslos, no me sentía capaz de detenerme.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó removiéndose, pero por el rubor de sus mejillas me quedaba claro que le gustaba cómo se sentían mis manos escabulléndose debajo de su falda—. Eres gay…
Susurró sin mucha convicción, haciéndome sonreír verdaderamente divertido.