JULIA RODRÍGUEZ
Llegué a la oficina y vi las más de 40 llamadas perdidas de Santiago. Mientras mi cerebro buscaba buenas razones para regresarle la llamada, hasta que volvió a llamar.
—Me acosté con una mujer… —fue lo primero que dijo. No un: buenos días, esposa amada. No un: déjame explicarte por qué no llegué a la casa a dormir.
—Ajá… ¿con cual de todas? Te recuerdo que tienes un amplio historial —pregunté con un resoplido, mientras avanzaba entre los escritorios.
—¡Fue diferente! —exclamó desesperado y frustrado.
—¿Diferente? ¡Déjame adivinar! ¡Ella fue la que te dio y tú recibiste! —exclamé como si fuera algo muy emocionante, cuando recibí las miradas de mis empleados todas llenas de sorpresa y desconcierto, me arrepentí—. Mi