SANTIAGO CASTAÑEDA
No me gustaban esta clase de eventos. Sentía que estaban por debajo de mi nivel. Aunque era un criminal, también era cínico. Me gustaba pavonearme enfrente de las autoridades y sonreírles, mostrarme como un empresario, un visionario, un hombre que sabe jugar en las sombras sin quemarse al salir a la luz. Sentirme intocable, pero esta clase de subastas clandestinas no solo eran una trampa mortal si había una redada, sino que la gente que asistía eran criminales novatos, que no sabían mezclar lo mejor de ambos mundos, ratas de alcantarilla que se asustaban al ver la luz del sol. Incluso me sentía sucio, aunque me sorprendía, habían adaptado una bodega subterránea, haciéndola parecer un palacio.
—¡Bienvenidos a nuestra subasta! ¡Tomen sus asientos y recu