MATTHEW GRAYSON
En la soledad de mi habitación de hotel, me senté en el borde de la cama, con ambas manos sosteniendo el bastón, mientras mi mirada se quedaba clavada en la pintura que había comprado.
Mientras me movía por la exposición de JR no pude evitar quedarme prendado de ese cuadro, porque lo reconocía, lo había visto todos los días desde mi oficina. Era la vista perfecta, nítida, idéntica de la ciudad, a través de mi enorme ventanal. No había otro lugar en el mundo desde donde se viera de la misma manera la ciudad.
En la pintura la lluvia caía de manera melancólica, de fondo un cielo oscuro, pero con luces moradas y naranjas pigmentando las pocas nubes sobre los edificios grises. Era un atardecer que pocas veces se