JULIA RODRÍGUEZ
—¿Nos vamos? —preguntó Lily con ese tono venenoso antes de subirse al asiento del copiloto.
—Oye… ese es el lugar de mi esposa —sentenció Santiago con el ceño fruncido, pero lo detuve, tomando a Mateo de sus brazos.
—Tengo que cuidar a mi bebé, no hay problema, que Lily se vaya adelante —contesté encogiéndome de hombros, mientras veía su rostro convertirse en una mueca de pánico y asco. Claramente no quería tener a Lily tan cerca.
Me metí al asiento trasero, acomodando la cabeza de mi bebé sobre mi regazo. Mientras acariciaba sus cabellos sentí la mirada de Lily a través del retrovisor. Aunque le sonreí, el