JULIA RODRÍGUEZ
Abrí los ojos lentamente, sintiendo que me costaba más que otros días despertar. Eran de esos momentos en los que respirar se volvía un ingrato deber. Me senté en el borde de la cama, sin esperar nada del día ni de mí misma. Alcancé mi teléfono y vi la fecha.
—Solo 19 días más… —susurré como si estuviera en medio de una prueba de resistencia. Volteé hacia la puerta, esperando que en cualquier momento entrara como un remolino alguna de las sirvientas, pero los segundos dilataron y nadie me interrumpía. Me tallé la cara y recorrí las cortinas yo misma, disfrutando de mi privacidad.
Por un momento recibí los rayos del sol en mi rostro, entonces un olor dulce llegó hasta mi nariz. Me quedé quieta, disfrutando del perfume que me hacía recordar tiempos mejores, en la casa de mi abuela, jugando en su jardín, entre las mariposas y los colibríes. Giré lentamente hacia el tocador, ahí estaba, no un ramo, sino una pequeña maceta con lo que parecían dalias. Miles de pétalos empal