LILIANA CASTILLO
Fue como quitarnos de entre dos toros embravecidos. Ambos se precipitaron y comenzaron a intercambiar golpes. Santiago más rápido, soltando varios golpes a la vez, y esquivando con más facilidad, pero Javier parecía de roca, imposible de tirar, y con uno bien colocado, hacía tambalear a Santi.
—Yo solo quería que hablaran… ¡Se van a matar! —exclamé con el corazón acelerado. Entonces sentí la mano de Matt en mi hombro.
—A veces la mejor forma de congeniar entre hombres es… pelear, sacarlo todo como trogloditas, y una vez cansados y adoloridos es más fácil pensar —contestó como si estuviera explicando las bases del comportamiento masculino.
—¿Crees que funcione? —preguntó Julia viendo el intercambio de golpes.
—Sí, si nadie muere, suele funcionar —contestó Matt encogiéndose de hombros, haciendo que Alex y yo lo volteáramos a ver aterradas—, pero hay que ser sinceros, no tienen motivos para pelear. No se han hecho nada realmente entre ellos. Solo son un par de niños a