LILIANA CASTILLO
—¿Hay algo más o ya me puedes dejar solo? —preguntó Javier manteniendo su actitud de fastidio. Carmen sonrió, como si las palabras de su hijo fueran un halago, y acarició su rostro con ternura.
—Tengo toda mi fe en ti, no me defraudes —contestó Carmen antes de darle un par de palmadas en el brazo y dirigirse hacia la puerta. Cuando desapareció, sin despegar la mirada del vaso envenenado en mano de Javier, salí del baño, fingiendo no haber escuchado nada.
Javier no se inmutó. Era como si no sospechara o como si no le importara.
Me quedé paralizada, con muchas preguntas y poco valor para hacerlas. Como si no me hubiera visto, tiró el contenido del vaso que envenenó su madre en el florero antes de dejarlo de vuelta en la charola.
—No uses ese vaso, podrías enfermar —sentenció sin voltear a verme.
Mintió por mí y ahora desobedecía a su madre. ¿Qué estaba pasando? Por un momento contuve las ganas de comenzar a girar sobre mi eje buscando una salida o una explicación, lo