SANTIAGO CASTAÑEDA
Matt tomó mi puño y lo apoyó contra su pecho. Entonces lo entendí, me provocó, pero solo para que liberara presión, para que sacara todo lo que me estaba envenenando.
—Dale… si tienes algo más que sacar, hazlo —dijo extendiendo las manos, dejándome en claro que no se defendería—. Yo no me doblo tan fácil, puedo con toda tu furia, tu frustración y tu rencor.
—¿Por qué? —pregunté retrocediendo, confundido y con un nudo en la garganta que comenzaba a asfixiarme.
—Ese día en la cafetería, no te defendiste… —contestó divertido y al sonreír se le abrió de nuevo la herida en su labio—. Lo hiciste por Julia. No me tocaste ni un solo cabello. Te odio por quitármela, pero también debo de agradecerte que la hayas tratado con respeto y cariño, y que Mateo creciera rodeado de amor y protección.
»Tienes mi respeto —agregó cansado mientras yo retrocedía, peinándome el cabello hacia atrás con ambas manos. Ahogándome en dolor y melancolía—. ¿Nos vamos?
Abrió la puerta trasera d