LILIANA CASTILLO
—Somos los mejores —respondió la rubia que iba con Carl, cruzándose de brazos y viendo con recelo a la rubia del otro lado de la reja.
—Entonces… ¿por qué no han logrado matar a Julia? ¡Es solo una mujer! —exclamó furiosa.
—¡Shhh! —La rubia número uno sacó la mano de entre los barrotes, queriendo silenciar a la rubia número 2—. Es complicado, ¿entendido?
—Mientras Julia siga viva, ni tú ni yo tendremos lo que queremos, Rita —dijo la rubia número dos. «Rita, Rita, Rita», repetía dentro de mi cabeza, no quería olvidar ese nombre—. Acaba de una buena vez con ella.
—¿Sabes lo complicado que es intentar matar a la esposa de un narcotraficante? Ya he perdido varios hombres por intentar alcanzarla y la última vez casi pierdo a Matt. —La tal Rita agachó la mirada y se aferró a los barrotes con melancolía y algo de arrepentimiento.
—Pues haz las cosas mejor. No puedo creer que la reputación de PD esté fallando aquí. ¿Solo son buenos en Estados Unidos? —reclamó la primera