LILIANA CASTILLO
La música a todo volumen hizo que casi se me saliera el corazón a medio sueño. Aún con el cerebro apagado, mi cuerpo brincó intentando salir de la cama. Terminé con la cara contra el piso y las sábanas enredadas en mis tobillos.
Me giré, apoyando la espalda en el piso, con mis piernas aún sobre la cama. Puse ambas manos en mi pecho mientras mi mirada aún dispersa se clavaba en el techo. El corazón se me iba a salir mientras las puntas de mis pies ya llevaban el ritmo de la canción que sonaba con intensidad por toda la casa.
Me arrastré a gatas hasta llegar a la puerta, me apoyé en el pomo y me levanté. Cuando abrí la música entró con más fuerza. Me asomé en ambas direcciones del pasillo, encontrándome con Julia asomada en su puerta, tan somnolienta y confundida como yo.
Salimos de nuestras respectivas habitaciones en modo «zombie» y nos saludamos con un gruñido que sonaba como un «buenos días».
Llegamos hasta la cocina, que era de donde salía la música y he de admi