LILIANA CASTILLO
Sentí que era todo un logro y volteé hacia Julia como si quisiera corroborar que alguien más era testigo de este «proceso de sanación». Julia sonrió orgullosa por Mateo, por mí, y cuando pensé que se uniría a nosotros en la mesa, de pronto apretó los labios y posó sus dedos en su boca.
Lentamente el color de su rostro fue desapareciendo y hasta ojerosa se puso.
—¿Estás bien? —pregunté haciendo que Mateo volteara también hacia ella.
Cuando Julia planeaba responder, terminó corriendo hacia su cuarto, azotando la puerta en el proceso. Nos quedamos en completo silencio y compartí una mirada confundida con Mateo, hasta que por fin escuché ese sonido tan característico digno de borrachos y embarazadas. Julia estaba vomitando en su baño y el eco nos llegaba claramente.
—¿Mamá está enferma? —preguntó Mateo con sorpresa y se cubrió su boca antes de salir corriendo hacia la habitación, conmigo detrás de él—. ¡Mami! ¡Mami! ¡¿Estás bien?!
Abrimos la puerta de la habitación y