JULIA RODRÍGUEZ
Levanté mi silla en completo silencio y me dejé caer sobre ella, mientras el silencio dejaba que las palabras pesaran, como acero candente sobre hielo. Pensé en Carmen y me esforcé para encontrar parecido físico con Alondra. Lo tenían. Tenían los mismos gestos, la misma mirada cuando pensaban en algo profundo, pero simplemente mi cerebro nunca lo notó, tal vez porque la veía como una enemiga.
—La familia se enteró, Carmen fue rechazada por mis padres, nadie le tendió la mano, pero Rafael le hizo las mismas promesas que a mí, que nunca le faltaría nada. Le había comprado un departamento, donde habían tenido sus noches de pasión —agregó Alondra con pesar—. Él juró que fue un desliz, un error, que nunca tuvo intenciones serias con ella, lo dijo en ese mismo momento, sin importarle como Carmen lo fuera a tomar.
»Ella hizo una rabieta, pensó que él me cambiaría por ella, que ella se convertiría en su mujer de manera legal. Ella exigió respeto pues había socavado su dignid