JULIA RODRÍGUEZ
El humo del café se levantaba de nuestras tazas, mientras el silencio se hacía cada vez más profundo y mis pensamientos solo le daban vueltas a Matthew: ¿Dónde estaba? ¿Cómo sabía que no lo estaban torturando en ese preciso momento?
Cada vez me sentía más ansiosa, tanto que la presión en el pecho me estaba asfixiando, como si una mano invisible me tuviera por el cuello, mientras mis dedos arrugaban la servilleta. Entonces mi suegra levantó la mirada hacia mí, aumentando mi malestar, pues ella se veía tan rota como yo estaba desesperada.
—Cuando… yo era joven, incluso más joven que tú, me enamoré de un chico que no tenía mucho que ofrecer, solo un corazón sincero —dijo intentando sonreír mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Sorbió por la nariz y se limpió las lágrimas con la servilleta. Era obvio que su silencio previo fue para contener sus sentimientos, pero cuando empezó a hablar de él, toda su preparación se fue a la mierda—. Nadie creía en él, pero yo sí.