CAPÍTULO 44.

El aire fresco de la mañana la envolvió cuando salió del hospital, pero ni siquiera eso fue suficiente para calmar el torbellino que llevaba dentro. Arthur había insistido en llevarla al Roca Sombra, lejos de Kael y los suyos, al menos hasta que estuviera mejor. Lina no discutió. ¿Para qué? Su mente estaba hecha un caos.

El trayecto fue silencioso, pero su cabeza era un grito constante.

Kael.

Su nombre latía en su pecho, en su piel, en cada rincón de su ser.

Cuando finalmente llegó a su habitación, cerró la puerta y apoyó la frente contra la madera. Respiró hondo, tratando de apagar la tormenta que la consumía. Pero apenas cerró los ojos, lo vio.

Kael sobre ella.

Kael dentro de ella.

Kael devorándola con esa hambre primitiva que la hacía arder.

Su cuerpo se estremeció. La pasión que habían compartido la golpeó como un vendaval. Podía sentir la presión de su boca, la dureza de sus manos, la intensidad de su mirada clavándose en la suya mientras la poseía. Cada beso, cada caricia, cada
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