Narrado por Teo
No hablamos. No hacía falta.
Su frente contra la mía era suficiente para entender que había una tregua, una rendición compartida. El mundo podía romperse afuera, la tormenta podía seguir gritando sobre los techos, pero ahí, en ese diminuto refugio que éramos los dos, había algo parecido a un principio.
Mi mano fue a su mejilla. Estaba húmeda, tibia, suave. Me detuve un segundo, esperando que se apartara, que pusiera una distancia. Pero no lo hizo. Al contrario, cerró los ojos como si ese gesto, el simple roce de mi piel en la suya, le diera paz.
La besé.
No como antes, no con urgencia o rabia, sino con una necesidad tan honda que me dolió. Fue un beso lento, tembloroso, como si estuviéramos aprendiendo a respirar desde el mismo lugar.
Ella respondió con dulzura, con manos que subieron por mi pecho, con un suspiro apenas audible que se me quedó atrapado en el alma.
Fuimos retrocediendo hasta el sofá, donde el calor de la manta seguía tibio. Pero no nos sentamos. Nos que