El mundo despertó distinto.
Los titulares de los periódicos, portales internacionales y transmisiones televisivas coincidían en una sola frase:
«Delta Rojo ha caído»
Miles de documentos, archivos encriptados y pruebas audiovisuales circulaban por los canales oficiales. La red clandestina más temida había sido desmantelada. Sus líderes —muchos de ellos personajes intocables del poder global— estaban siendo identificados y detenidos en operativos simultáneos.
En Ginebra, la ONU solicitó una sesión extraordinaria.
En Washington, se declaró estado de emergencia diplomática.
En Madrid, Roma, y Bruselas, los Parlamentos enfrentaban mociones de censura tras revelarse que figuras clave habían colaborado con la red.
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En la mansión Fernández, la atmósfera era diferente. No de celebración, sino de contención. Todos comprendían que, aunque la guerra en las sombras había terminado, las ondas del conflicto apenas estaban comenzando.
Isabella estaba sentada frente al ventanal, observ