La noche era densa, húmeda, cargada de tormenta. En lo alto de las montañas de Los Lirios, una base subterránea camuflada entre la niebla ocultaba lo último de la organización que durante años había manipulado, asesinado y corrompido desde las sombras: Delta Rojo.
—Es ahora o nunca —dijo Sebastián, ajustando su equipo táctico—. Entramos, sacamos a la hermana de Darío, y eliminamos cada rincón de esta maldita red.
Isabella, con el cabello recogido, llevaba la mirada afilada. Vanessa estaba conectada al dron central, mientras Fabio y Rayan revisaban el plano tridimensional de la fortaleza.
—Tenemos quince minutos antes de que inicien la reubicación —informó Vanessa—. Ya están moviendo servidores y prisioneros.
—¿La ubicación exacta de la celda? —preguntó Isabela.
—Nivel tres. Sector químico. Aislada del resto. Están esperando refuerzos para trasladarla.
Darío, que había sido perdonado provisionalmente, esperaba en el helicóptero de apoyo. Su rostro era un poema de culpa y ansiedad