La noche había caído sobre la mansión Fernández como un manto espeso de incertidumbre. Afuera, los agentes de la unidad Tormenta del Desierto patrullaban con precisión militar. Adentro, los rostros estaban tensos, las palabras medidas. Algo no encajaba. Y Isabela lo sentía en cada fibra de su cuerpo.
—¿Tú también lo sientes? —preguntó Vanessa, entrando a la sala de reuniones privada con un café en mano.
Isabella asintió, sin apartar la vista del tablero digital donde aparecían los últimos movimientos de la organización que creían destruida. Pero los informes recientes sugerían filtraciones internas.
—Hay alguien entre nosotros… alguien que sabe más de lo que debería.
Vanessa se acercó, bajando la voz.
—He revisado los accesos a los archivos de Delta Rojo. Alguien manipuló los datos antes de nuestra misión.
—¿Cuándo? —preguntó Isabella con voz firme.
—Dos noches antes de que capturáramos al sujeto...
Isabela apretó los labios. Miró el mapa táctico. Había una ruta marcada en ro