Esos gemidos no eran míos.Me quedé paralizada en el pasillo, con el pastel de aniversario en las manos y el corazón latiéndome en los oídos. Diez años de matrimonio, diez velas que nunca encendería. Reconocí la voz de inmediato, porque era la voz de Mónica, mi mejor amiga desde la universidad, la mujer que me había ayudado a elegir el vestido de novia.La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y la empujé con el codo sin pensar, sin prepararme para lo que iba a ver. Rodrigo estaba sobre ella, en nuestra cama, en las sábanas que yo había lavado esa misma mañana con el suavizante que a él le gustaba.El pastel se estrelló contra el suelo, y el ruido los hizo girar. Rodrigo me miró sin pánico, sin vergüenza, apenas con fastidio, como si yo fuera una molestia que había interrumpido algo importante.—Llegaste temprano —dijo, y su voz sonó tan casual que me costó procesar las palabras.Mónica ni siquiera se cubrió. Me observó desde las almohadas con esa sonrisa condescendiente que yo h
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