Afuera, la ciudad se movía con su ruido habitual: vendedores, buses, bocinas. Pero dentro de aquel apartamento, el mundo parecía detenido. Por un instante, Lía se permitió cerrar los ojos y sentir el sol en el rostro. Le dolía todo: la distancia con su madre, la incertidumbre del futuro, el peso de criar sola a su hija. Pero debajo de todo eso, latía una calma nueva, como si por fin la vida le estuviera devolviendo un respiro.Esa noche, cuando terminó de organizar lo poco que tenía, preparó una cena sencilla: arroz, huevo y un pedazo de pan que había comprado en la esquina. Lucía comió entre risas, balbuceando palabras que Lía entendía solo con el corazón.Después, mientras la acostaba en una camita improvisada, miró alrededor. Las paredes estaban vacías, pero en su mente ya imaginaba los colores que algún día las cubrirían: tonos cálidos, trazos de esperanza, fragmentos de todo lo que había vivido.Se acercó a la ventana y contempló las luces lejanas de la ciudad. —No será fácil
Leer más