La firma en el contrato había sido solo el primer paso en un descenso surrealista a una nueva realidad. Setenta y dos horas después, como Donato había prometido, Mateo era trasladado a un centro médico privado que más parecía un hotel de cinco estrellas, con suites equipadas con la tecnología más avanzada y un personal que se movía con una discreción casi fantasmagórica. La extracción de médula de Donato se realizó en la absoluta privacidad de otra ala del mismo edificio, un proceso del que Isabela no fue testigo, pero cuyo resultado fue tangible: la esperanza, fría y clínica, que ahora goteaba en la vena de su hermano.Isabela se instaló en una de las habitaciones para familiares, un espacio lujoso y estéril que no lograba calar el frío que llevaba dentro. Pasó los días siguientes al lado de Mateo, observando, con un temor reverencial, los primeros y tenues signos de mejoría. El color regresaba lentamente a sus mejillas, y su respiración perdía aquel silbido angustiante. Cada sonrisa
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