Dante se abrochó el pantalón con eficiencia fría, recogió mi vestido del suelo y me lo tendió sin mirarme directamente a los ojos. Su expresión era neutra, como si acabara de cerrar un negocio rutinario en una de sus reuniones mafiosas.—Las deudas están pagadas —dijo, su voz plana, desprovista de la pasión de momentos antes—. Mañana, tu madre tendrá el mejor tratamiento disponible. Médicos privados, lo que sea necesario.Asentí, incapaz de hablar, vistiéndome con movimientos mecánicos. El vestido rojo ahora se sentía sucio, arrugado, un recordatorio tangible de mi caída. Salí del estudio con las piernas temblando, el eco de mis tacones en el pasillo de mármol sonando hueco. En el corredor, Elena me esperaba como una sombra acechante. Sus ojos marrones se estrecharon al verme: el cabello revuelto, los labios hinchados por los besos, el rubor traicionero en mis mejillas.—Puta —siseó, tan bajo que solo yo pude oírlo, su voz destilando veneno puro—. ¿Crees que no lo sé? Lo huelo en ti.
Leer más