Gabriel cerró la puerta del estudio con pestillo, y el sonido del metal deslizándose fue como una sentencia de muerte.El clic resonó en el silencio de la habitación con una finalidad que hizo que los músculos de Valeria se tensaran instintivamente. Las paredes seguían cubiertas de fotografías de Victoria, cientos de ojos color miel que la miraban desde diferentes ángulos y momentos de una vida que creía privada. El aire olía a madera de cedro y obsesión, una combinación que provocaba náuseas.Gabriel caminó lentamente hacia la pared principal, como un curador orgulloso de su colección más preciada. Sus dedos rozaron una fotografía de Victoria entrando a la biblioteca de la universidad, su cabello rubio brillando bajo el sol de octubre, libros apretados contra el pecho, completamente ajena a la cámara que la capturaba.—Esta fue el día que decidí que serías mía —dijo Gabriel con voz casi reverente, como si estuviera compartiendo el secreto del universo—. Tenías veinte años. Usabas ese
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