No hubo negación posible cuando Gabriel deslizó esa fotografía sobre la mesa. El juego había terminado.El silencio en el Restaurante Pangea era tan absoluto que Valeria podía escuchar el latido de su propio corazón, un tambor fúnebre marcando los segundos que la separaban de algún abismo cuya profundidad aún no podía medir. Las conversaciones en las mesas cercanas continuaban en un murmullo distante, ajenas al momento en que una vida se desmoronaba como un castillo de naipes bajo el viento.Valeria miraba la fotografía comparativa que descansaba entre ellos como una sentencia de muerte escrita en tinta y algoritmos. Victoria a la izquierda, con el cabello rubio brillando bajo el sol universita
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