Mundo ficciónIniciar sesiónEl primer día oficial de Valeria en Santibáñez Corp comenzó con un cadáver y una amenaza de muerte.
Bueno, no exactamente un cadáver. Una fotografía. Pero el mensaje era claro.
Valeria llegó a las siete de la mañana del lunes, una hora antes de lo acordado. La oficina que le habían asignado estaba en el piso cuarenta y dos, tres pisos directamente abajo de Gabriel. Ventanales de piso a techo con vista hacia el Cerro de la Silla. Escritorio de cristal. Silla ergonómica. Todo nuevo, todo impersonal.
Todo excepto lo que descansaba en el centro del escritorio.
Una fotografía. Tamaño carta. Impresa en papel fotográfico caro.
Valeria se acercó lentamente, sus tacones haciendo eco en la oficina vacía. Reconoció la imagen inmediatamente: Victoria en su boda, radiante con su vestido blanco, mirando a Gabriel como si fuera la respuesta a todas sus plegarias.
Alguien había tachado sus ojos con marcador rojo. Gruesas X que atravesaban el papel con violencia.
Debajo, en letra manuscrita elegante: "LAS FANTASMAS NO REGRESAN. VETE O SERÁS LA SIGUIENTE."
Valeria sintió que el aire abandonaba sus pulmones. No por miedo. Por furia. Alguien en este edificio sabía quién era. O sospechaba lo suficiente como para amenazarla.
Levantó la fotografía, estudiándola. Papel caro, probablemente de la papelería exclusiva en San Pedro. Letra manuscrita, femenina, con loops dramáticos en las eles y las ges. Un toque de perfume. Jazmín.
El mismo perfume que Isabela había usado ayer.
Valeria sonrió. Pobre Isabela. Tan obvia. Tan predecible.
Guardó la fotografía en su bolso. Evidencia para después. Marcus se pondría feliz.
La puerta se abrió sin previo aviso. Emma, la asistente de Gabriel, entró con una tablet bajo el brazo.
—Buenos días, señorita Montés. El señor Santibáñez solicita su presencia en la sala de conferencias principal. Piso cuarenta y tres. —Hizo una pausa, sus ojos detectando algo en la expresión de Valeria—. ¿Todo bien?
—Perfectamente —respondió Valeria, ajustando su blusa—. ¿De qué trata la reunión?
—Presentación formal al equipo de Torres Emperador. Son... —Emma buscó las palabras correctas—, digamos que no están contentos con su contratación.
—Qué emocionante. Adoro los desafíos.
La sala de conferencias era un estudio en testosterona e inseguridad masculina. Quince arquitectos e ingenieros, trece hombres y dos mujeres, todos mirando a Valeria como si fuera un virus que necesitaba ser eliminado.
Gabriel estaba de pie en la cabecera de la mesa, impecable en su traje gris oscuro. Sus ojos se encontraron con los de Valeria cuando ella entró, y algo chispeó entre ellos. Electricidad. Peligro.
—Equipo, ella es Valeria Montés, nuestra nueva arquitecta senior —anunció Gabriel—. Valeria viene de Europa con experiencia en proyectos de alta complejidad. Estará al mando del rediseño estructural de Torres Emperador.
Un murmullo recorrió la mesa. Uno de los hombres, corpulento, de unos cuarenta y cinco años con cabello prematuramente gris, se inclinó hacia adelante. Su placa decía "Mauricio Garza - Arquitecto Senior."
—Con todo respeto, señor Santibáñez —dijo Mauricio, su voz destilando desdén apenas contenido—, ninguno de nosotros puede verificar los proyectos de la señorita Montés. ¿Cómo sabemos que sus credenciales no son... fabricadas?
El silencio fue absoluto. Todos los ojos se clavaron en Valeria.
Gabriel no dijo nada. Se recargó contra la pared, brazos cruzados, una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Esto era una prueba. Ver si ella podía defenderse.
Valeria caminó lentamente hacia la pizarra digital al frente de la sala. Cada paso medido, cada movimiento deliberado. Se quitó el saco, revelando una blusa de seda negra que se ajustaba perfectamente. Tomó el marcador digital.
—Señor Garza —comenzó, su acento español perfecto—, ¿cuál es la carga máxima que puede soportar una viga de acero de sección I de seiscientos milímetros en un edificio de ochenta pisos?
Mauricio parpadeó.
—Depende de varios factores...
—La respuesta es aproximadamente cuatrocientos cincuenta kilonewtons por metro lineal, asumiendo acero grado cincuenta. —Valeria comenzó a dibujar en la pizarra con velocidad y precisión—. Ahora, en Torres Emperador, ustedes distribuyeron las vigas estructurales cada cuatro metros en los pisos treinta al cincuenta. Correcto hasta ahí.
Dibujó un diagrama complejo del edificio, con líneas que representaban las vigas, los muros de carga, los sistemas de tensión.
—Pero aquí —señaló el piso cuarenta y cinco— crearon un problema crítico. La carga del puente de conexión entre ambas torres no está adecuadamente distribuida. Durante un sismo de magnitud siete, el diferencial de movimiento entre las torres creará una fuerza de torsión que concentrará toda la tensión en este punto.
Marcó una X roja en el diagrama.
—El edificio no colapsará inmediatamente. Pero desarrollará grietas microestructurales que, en cinco a siete años, comprometerán la integridad total. —Giró hacia Mauricio—. ¿Alguna otra pregunta, señor Garza? ¿O prefiere que continúe explicando cómo su diseño es una demanda millonaria esperando a suceder?
Mauricio se puso rojo. Abrió la boca. La cerró. Los otros arquitectos miraban el diagrama con expresiones que variaban entre asombro e incomodidad.
Una de las arquitectas mujeres, joven, con lentes de armazón grueso, levantó la mano tímidamente.
—¿Cómo lo solucionaría?
Valeria sonrió. Finalmente, alguien con cerebro.
—Reforzamiento con amortiguadores sísmicos aquí y aquí. Redistribución de las vigas maestras en configuración de celosía. Y modificación del anclaje del puente para permitir movimiento independiente limitado. —Dibujó rápidamente las soluciones—. Agregará aproximadamente quince millones de pesos al presupuesto, pero ahorrará quinientos millones en demandas futuras.
Gabriel se despegó de la pared, acercándose a la pizarra. Estudió el diagrama con ojos entrecerrados.
—Impresionante —murmuró—. Mauricio llevaba tres años en este proyecto y nunca vio esto.
El arquitecto se puso de pie bruscamente, su silla raspando el piso.
—Señor Santibáñez, esto es ridículo. No puede simplemente...
—¿No puedo qué, Mauricio? —La voz de Gabriel se volvió peligrosamente suave—. ¿Contratar a alguien más competente que tú? Siéntate.
Mauricio obedeció, aunque su rostro prometía venganza futura.
Gabriel miró al resto del equipo.
—Valeria está a cargo del rediseño estructural. Cualquier decisión que ella tome tiene mi autorización completa. ¿Entendido?
Murmullos de asentimiento. Nadie se atrevía a desafiar directamente a Gabriel Santibáñez.
—Excelente. Mauricio, mi oficina. Ahora. El resto, pueden irse.
Valeria regresó a su oficina, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. Primera victoria. Pequeña, pero significativa.
Pasó la siguiente hora revisando los planos digitales del proyecto, haciendo anotaciones, identificando más problemas. Estaba tan concentrada que no escuchó la puerta abrirse hasta que Gabriel habló.
—Mauricio acaba de renunciar.
Valeria levantó la vista. Gabriel estaba recargado contra el marco de la puerta, manos en los bolsillos, mirándola con una expresión indescifrable.
—¿Y eso me debería importar?
—Llevaba tres años en Santibáñez Corp. —Gabriel entró, cerrando la puerta tras él—. Lo humillaste en diez minutos.
—Si no puede defender su trabajo, no merece el puesto.
Gabriel caminó hacia su escritorio con pasos lentos, medidos. Como un depredador acechando.
—Eres cruel —dijo, deteniéndose frente a ella—. Me gusta eso.
Se sentó en el borde del escritorio, demasiado cerca. Valeria podía oler su colonia. Cedro y algo cítrico. El mismo aroma que una vez la hacía sentir segura.
—Mi difunta esposa era... suave. Débil. —Los ojos de Gabriel se oscurecieron—. Siempre disculpándose por existir. Por no poder darme lo que necesitaba. Tú eres todo lo contrario.
Victoria sintió que algo se quebraba dentro de ella. Furia hirviente, dolor tan profundo que casi la ahogaba. Pero Valeria mantuvo su rostro impasible, sus ojos fríos.
—No soy tu esposa, Gabriel —dijo, usando su nombre por primera vez—. Soy tu empleada. Mantengamos las cosas profesionales.
Gabriel sonrió. Lento. Peligroso.
—Por supuesto. Pero trabajaremos muy cerca. Muy... íntimamente. —Se inclinó hacia ella—. Este proyecto es mi legado. Y tú vas a ayudarme a construirlo.
El intercomunicador de su escritorio sonó. La voz de Emma llenó la oficina.
—Señor Santibáñez, su esposa está en el lobby. Insiste en subir.
Gabriel maldijo en voz baja. Se levantó del escritorio.
—Déjala pasar —respondió con tono resignado.
Miró a Valeria.
—Discutiremos los planos esta noche. En mi casa. Ocho de la noche.
—¿Tu casa? ¿No sería más apropiado aquí en la oficina?
—Tengo los planos originales en mi estudio privado. Además —sus ojos brillaron con algo oscuro—, prefiero trabajar sin interrupciones.
Antes de que Valeria pudiera responder, la puerta se abrió.
Isabela entró como tormenta. Su vientre de seis meses era imposible de ignorar bajo el vestido premamá color crema. Sus ojos verdes fueron directo a Valeria, luego a Gabriel, luego a la proximidad entre ambos.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con voz dulce que no coincidía con la furia en sus ojos.
—Reunión de trabajo, cariño —respondió Gabriel, sin moverse de donde estaba.
Isabela ignoró a su amante, caminando directamente hacia Valeria. Se detuvo frente al escritorio, estudiándola como si fuera un bicho raro.
—Valeria, ¿verdad? Qué nombre tan... común para alguien supuestamente de España.
—En realidad, es bastante popular en Madrid —respondió Valeria sin pestañear—. Como Isabela lo es aquí en México.
Primer round. Valeria ganó.
Isabela apretó los labios.
—Gabriel, recordé algo. Teníamos cita con el doctor esta tarde. Para ver al bebé.
—Es mañana, Isabela.
—No. —Isabela sacó su teléfono, mostrando la pantalla—. Es hoy. A las tres. Lo anoté específicamente.
Mentira. Valeria lo supo inmediatamente. El lenguaje corporal de Isabela lo gritaba. Esto era una excusa para sacarlo de ahí.
Gabriel revisó su propio teléfono, frunciendo el ceño.
—Tienes razón. Lo olvidé por completo.
Miró a Valeria.
—Esta noche entonces. No llegues tarde.
Tomó su saco del respaldo de la silla. Mientras Gabriel se giraba hacia la puerta, Isabela se acercó a Valeria. Su boca junto al oído de la arquitecta, susurró con veneno puro:
—No sé quién eres, pero sé que no eres quien dices ser. Puedo olerlo.
Valeria giró su cabeza lentamente, sus labios a centímetros de los de Isabela.
—Interesante. Yo también huelo algo. Inseguridad, tal vez. O culpa. —Sonrió—. Debe ser difícil dormir en una cama que pertenecía a otra mujer.
Isabela palideció, dando un paso atrás.
—¿Qué dijiste?
—Que esta oficina es preciosa —dijo Valeria en voz alta, para que Gabriel escuchara—. El diseño interior de Torre Santibáñez es impecable. La anterior señora Santibáñez tenía buen gusto.
Gabriel se giró, mirándolas con suspicacia.
—¿Todo bien aquí?
—Perfectamente —respondió Isabela, recomponiendo su máscara—. Solo conversación de chicas.
Salieron juntos, pero Isabela miró hacia atrás una última vez. Sus ojos prometían guerra.
Ocho de la noche. Valeria se detuvo frente a la mansión en Colinas del Valle. Las luces de Monterrey parpadeaban detrás de ella como estrellas caídas.
Esta casa. Sus cinco años de matrimonio habían transcurrido entre estas paredes de cantera y ventanales de cristal. Aquí había intentado ser la esposa perfecta. Aquí había llorado cada vez que un tratamiento fallaba. Aquí Gabriel la había drogado antes de empujarla al lago.
Respiró hondo. Tocó el timbre.
Gabriel abrió la puerta. Sin traje. Pantalones casuales negros. Camisa blanca con los primeros botones desabrochados, revelando el inicio de su pecho. Descalzo. Cabello ligeramente despeinado.
Más peligroso así que con su armadura corporativa.
—Pasa. Isabela está en casa de su madre. Estaremos completamente solos.
Valeria cruzó el umbral. El olor de la casa la golpeó como puño en el estómago. Vainilla. Lavanda. Su perfume. El aroma que había escogido para su hogar, pensando que construía algo permanente.
Qué ingenua había sido.
—¿Estás bien? —Gabriel la observaba con preocupación—. Te ves pálida.
—Solo cansancio. Fue un primer día largo.
Gabriel sonrió.
—Oh, el día apenas comienza.
La condujo a través de la sala, el comedor, hacia el pasillo del ala este. Se detuvo frente a una puerta de madera oscura con cerradura digital. El estudio privado de Gabriel. El único lugar de toda la mansión donde Victoria nunca había entrado. Siempre cerrado. Siempre prohibido.
Gabriel sacó una llave dorada de su bolsillo, la insertó en la cerradura. El mecanismo hizo clic.
—Bienvenida a mi santuario —dijo, empujando la puerta.
Valeria entró.
Y el mundo se detuvo.
Las paredes estaban cubiertas de fotografías. Cientos de ellas. Pero no eran de Isabela. No eran de proyectos arquitectónicos.
Eran de Victoria.
Victoria en la universidad, caminando por el campus. Victoria en el supermercado. Victoria entrando a su departamento de soltera. Victoria en la cafetería donde trabajaba medio tiempo. Victoria, Victoria, Victoria.
Todas tomadas sin su conocimiento. Todas desde ángulos que indicaban vigilancia profesional.
Gabriel la había estado acechando mucho antes de conocerla oficialmente.
En el centro de la pared, un diagrama. Líneas conectando fotografías, fechas, eventos. Como un plan de batalla meticulosamente diseñado.
El título, escrito en letra de Gabriel: "PROYECTO HEREDERO."
Debajo, notas manuscritas:
"Contacto inicial: 15 marzo"
"Primera cita: 3 abril"
"Propuesta: 2 julio"
"Boda: 10 septiembre"
"Resultado esperado: heredero en 12 meses"
Victoria sintió que sus piernas cedían. Se agarró del escritorio para no caer.
Todo había sido calculado. Todo había sido una mentira desde el principio. Ella nunca fue su amor. Fue un proyecto. Un medio para un fin.
Gabriel se paró detrás de ella, tan cerca que su aliento rozaba su cuello.
—Impresionante, ¿verdad? Es mi obra maestra. Cada matrimonio, cada decisión, todo calculado. —Su voz era casi reverente—. Como arquitectura, Valeria. Como tu trabajo. Construir algo desde cero requiere planos detallados.
Valeria se giró lentamente. Gabriel estaba a centímetros de ella, sus ojos grises brillando con algo que no era completamente humano.
Y en ese momento, Victoria entendió la verdad completa.
No había escapado de un hombre que la traicionó.
Había escapado de un depredador que la había cazado desde el principio.
Y ahora estaba de vuelta en su guarida.







